viernes, 3 de julio de 2015

A un gato

No son más silenciosos los espejos
ni más furtiva el alba aventurera;
eres, bajo la luna, esa pantera
que nos es dado divisar de lejos.
Por obra indescifrable de un decreto
divino, te buscamos vanamente;
más remoto que el Ganges y el poniente,
tuya es la soledad, tuyo el secreto.
Tu lomo condesciende a la morosa
caricia de mi mano. Has admitido,
desde esa eternidad que ya es olvido,
el amor de la mano recelosa.
En otro tiempo estás. Eres el dueño
de un ámbito cerrado como un sueño.

Siempre Jorge Luis Borges.
Siempre.
Siempre tuyo, siempre mío.

martes, 30 de junio de 2015

Los cuatro elementos

Mírame bien porque esto que ves es una sola persona. Mírame a fondo porque aquí están todas las que me amaron y a las que alguna vez amé. Ellas me han hecho quien soy. Ellas me han querido, me han dejado y me han dejado quererlas. Ellas me han arrastrado por todos los estados del corazón, y, gracias a ellas, hoy conozco muy bien los cuatros elementos de la materia afectiva:

ENAMORARSE, ESTAR ENAMORADO, QUERER Y AMAR.

ENAMORARSE es FUEGO. Un proceso que todo lo quema y todo lo consume, sobre todo a quien lo profesa. Como toda auto-combustión, afortunadamente no dura para siempre. Nadie sobreviviría mucho tiempo a esa ceguera, a esa falta de cordura, a esa cerrazón. Pero tampoco sabríamos cicatrizar sin haberla sufrido nunca. ¿Quién no ha sido nunca un pirómano por amor? ¿Quién no ha fingido poder controlarlo? ¿Quién no ha negado lo que era evidente? En esta hoguera de las banalidades, la madera que más prende es la fantasía, las llamas se tiñen todas de rojo pasión, el humo que nos ciega resulta extremadamente tóxico, y hay que andarse con ojo, pues los celos son sus cenizas.

ESTAR ENAMORADO, en cambio, es AIRE. Oxígeno. Inspiración. Llenar el corazón de sangre nueva. Sacarlo a tomar el fresco. Abrir sus ventanas y dejar que corra el aire, que entre la luz. Todo huele a nuevo, a necesario y a conveniente. En esta apartada orilla se respira mucho mejor, dónde va a parar. Como toda brisa, al principio es totalmente inofensiva, pero si se nos va de las manos y dejamos que venga racheada, puede estar anunciando tormenta o incluso acabar en huracán. Por eso es importante que se levante con cierta frecuencia a un ritmo constante, lindo y suavecito. Que empuje, sí, pero que no despeine.

QUERER es TIERRA, posesión y pertenencia. Delimitación, frontera y exclusión. O quieres conmigo o quieres contra mí. Hectáreas de deseos mezquinos y egoístas. Por eso es peligroso querer mucho y sin control, porque aquello que quieres, tarde o temprano, te acabará poseyendo. Las vallas son muy frecuentes cuando se quiere así. Rígidas normas y controles de seguridad, vigilancia veinticuatro horas en forma de leyes morales y miedo, mucho miedo a perder lo que uno tiene. Lo que a este amor le falta es justo lo que acabará estrangulando: su libertad.

Por eso, AMAR es AGUA. La combinación estable y perfecta entre la energía del hidrógeno y la vida del oxígeno. Unidos pero flexibles. Cohesionados, pero adaptables. En otra palabra, contradictorios. Fluir sin voluntad de correr, liberar con intención de atrapar, vivir el futuro como si se acabase ayer. Peligros…todos los que te puedas imaginar: la tensión superficial, que mantiene una impermeabilidad ficticia; las corrientes, que nos pueden arrastrar sin darnos cuenta adonde no queremos estar; y la temperatura de ebullición, porque aunque no lo parezca, si te descuidas, también esto puede hervir…y evaporarse.

Texto extraído del último libro de Risto Mejide

miércoles, 17 de junio de 2015

Hoy

Hoy es uno de esos días en los que, aún sabiendo que estás cometiendo un error en la forma, el fondo te dice que hay cosas que es necesario hacer. Sin embargo, no puedo evitar acordarme de aquella canción de Mecano que decía eso de “me cuesta un rato hacer las cosas sin querer”.

Hoy es uno de esos días. O quizá fue ayer o hace tres semanas, o un mes. Un día te das cuenta de que la situación que estás viviendo no te hace feliz. Que al dar una negativa tomaste una decisión que lo único que te ha devuelto es la sombra de lo que un día creíste conocer y una decepción tan grande que hacen que la bofetada de realidad sea tan enorme que tengas que volver a leer la acepción de egoísmo en el diccionario para poner nombre al asunto.

Así, te das cuenta de que se te han acabado los reversos de tanto darle la vuelta a la piel y que las ideas, quizá por el cansancio, ya no salen a borbotones para poner solución a una situación que cae por su propio peso.

Mi error, -que sé que he cometido muchos, especialmente en los últimos días cuando la rabia no me ha dejado actuar con la templanza que me hubiera gustado-, es moverme por los tiempos que siempre marcaron los demás: por sus horarios, sus normas, sus necesidades, sus circunstancias, sus malos días… Poco a poco, ves cómo vas postergando tus necesidades, tus circunstancias y tus malos días, haciéndose una bola enorme y cayendo en una autogestión que a veces se convierte en una montaña difícil de escalar con dos manos y dos pies.

Cada uno somos como somos. Hay gente que no quiere ayuda en los malos momentos (respeto); personas a las que no se puede ayudar (admiración); y hay otros (mea culpa) que sí necesitamos en momentos complicados una palabra de aliento. Solo eso. Me hubiera bastado con una. Pero mi negativa a continuar un sinsentido creo que me ha salido demasiado cara. 

La vida nos enseña que no siempre se puede tener esa palabra de aliento, al menos si no hay nada a cambio, ni siquiera aunque se pida por favor. Lo que duele es que esa palabra de aliento (que no de ayuda) no venga de un amigo. Y lo más triste es que ya no espero que llegue. Por eso un día te levantas, te miras al espejo y te ayudas preguntándote “¿qué necesitas?”.

Apagué la luz. Salí de la habitación. Y aquí estoy quemando una biblioteca más.

lunes, 15 de junio de 2015

El mundo

El mundo ha roto,
el mundo estalla
y puede parecer que yo estoy loco,
pero tan solo quiero que te quedes en mi cama.

El mundo mata,
el mundo muere,
y no quisiera yo darle la espalda,
tampoco suplicarle que me espere.

El mundo salta por la ventana,
y yo mordiendo el rojo de tu cara,
regateando a la conciencia entre tus alas.

El mundo acaba,
el mundo pierde,
y por la boca mueren nuestras almas,
jugando a ser amantes inocentes.

Y si mañana no queda más que un ángel,
y si mañana tan solo somos aire,
y si mañana nos encuentran enredados
que nos dejen descansar del mundo así.
Quiero escapar de este mundo así.

viernes, 5 de junio de 2015

viernes, 13 de marzo de 2015

Cuando sepas de mí

Cuando sepas de mí, tú disimula. No les cuentes que me conociste, ni que estuvimos juntos, no les expliques lo que yo fui para ti, ni lo que habríamos sido de no ser por los dos. Primero, porque jamás te creerían. Pensarán que exageras, que se te fue la mano con la medicación, que nada ni nadie pudo haber sido tan verdad ni tan cierto. Te tomarán por loca, se reirán de tu pena y te empujarán a seguir, que es la forma que tienen los demás de hacernos olvidar.
Cuando sepas de mí, tú calla y sonríe, jamás preguntes qué tal. Si me fue mal, ya se ocuparán de que te llegue. Y con todo lujo de detalles. Ya verás. Poco a poco, irán naufragando restos de mi historia contra la orilla de tu nueva vida, pedazos de recuerdos varados en la única playa del mundo sobre la que ya nunca más saldrá el sol. Y si me fue bien, tampoco tardarás mucho en enterarte, no te preocupes. Intentarán ensombrecer tu alegría echando mis supuestos éxitos como alcohol para tus heridas, y no dudarán en arrojártelo a quemarropa. Pero de nuevo te vendrá todo como a destiempo, inconexo y mal.
Qué sabrán ellos de tu alegría. Yo, que la he tenido entre mis manos y que la pude tutear como quien tutea a la felicidad, quizás. Pero ellos... nah.
A lo que iba.
Nadie puede imaginar lo que sentirás cuando sepas de mí. Nadie puede ni debe, hazme caso. Sentirás el dolor de esa ecuación que creímos resuelta, por ser incapaz de despejarla hasta el final. Sentirás el incordio de esa pregunta que jamás supo cerrar su signo de interrogación. Sentirás un qué hubiera pasado si. Y sobre todo, sentirás que algo entre nosotros continuó creciendo incluso cuando nos separamos. Un algo tan grande como el vacío que dejamos al volver a ser dos. Un algo tan pequeño como el espacio que un sí le acaba siempre cediendo a un no.
Pero tú aguanta. Resiste. Hazte el favor. Háznoslo a los dos. Que no se te note. Que nadie descubra esos ojos tuyos subrayados con agua y sal.
Eso sí, cuando sepas de mí, intenta no dar portazo a mis recuerdos. Piensa que llevarán días, meses o puede que incluso años vagando y mendigando por ahí, abrazándose a cualquier excusa para poder pronunciarse, a la espera de que alguien los acogiese, los escuchase y les diese calor. Son aquellos recuerdos que fabricamos juntos, con las mismas manos con las que construimos un futuro que jamás fue, son esas anécdotas estúpidas que sólo nos hacen gracia a ti y a mí, escritas en un idioma que ya nadie practica, otra lengua muerta a manos de un paladar exquisito.
Dales cobijo. Préstales algo, cualquier cosa, aunque sólo sea tu atención.
Porque si algún día sabes de mí, eso significará muchas cosas. La primera, que por mucho que lo intenté, no me pude ir tan lejos de ti como yo quería. La segunda, que por mucho que lo deseaste, tú tampoco pudiste quedarte tan cerca de donde alguna vez fuimos feliz. Sí, feliz. La tercera, que tu mundo y el mío siguen con pronóstico estable dentro de la gravedad. Y la cuarta, -por hacer la lista finita-, que cualquier resta es en realidad una suma disfrazada de cero, una vuelta a cualquier sitio menos al lugar del que se partió.
Nada de todo esto debería turbar ni alterar tu existencia el día que sepas de mí. Nada de todo esto debería dejarte mal. Piensa que tú y yo pudimos con todo. Piensa que todo se pudo y todo se tuvo, hasta el final.
A partir de ahora, tú tranquila, que yo estaré bien. Me conformo con que algún día sepas de mí, me conformo con que alguien vuelva a morderte de alegría, me basta con saber que algún día mi nombre volverá a rozar tus oídos y a entornar tus labios. Esos que ahora abres ante cualquiera que cuente cosas sobre mí.
Por eso, cuando sepas de mí, no seas tonta y disimula.
Haz ver que me olvidas.
Y me acabarás olvidando.
De verdad.

Risto Mejide (artículo publicado en El Periodico)

lunes, 23 de febrero de 2015

El puzle

La vida es como un puzle. A medida que vamos creciendo, vamos encontrando nuevas piezas, encajando unas con otras, rellenando los huecos en blanco. Hay piezas que por mucho que les des la vuelta una y otra vez, no encajan. Hace falta que el puzle se nutra de otras para que, en ese preciso momento, y solo en ese, esa pieza encuentre su lugar y encaje formando una imagen cada vez más y más grande.

Hay piezas llave. Cuando esas encajan, todas las demás que se resistían encuentran su lugar. Entonces, como si de magia se tratase, el puzle se completa.

Yo tenía uno de esos puzles completo. Al menos eso creía. Cuidé con esmero que cada una de las piezas encajara a la perfección de manera natural y nunca forcé la llegada de las piezas claves. Por lo menos, esa fue siempre mi intención. Y es que cada pieza necesita su tiempo para poder contar una historia. Poco a poco, una a una, fueron encontrando su sitio hasta hacer que el resto encajaran solas.

El puzle se quedó en la habitación, ocupando un gran espacio. Era extraño concebir la idea de dicha habitación sin el puzle. Se limpiaba con esmero a diario y se encolaba con pasión para que las piezas no se movieran más de lo necesario por el paso del tiempo.

Sin embargo, un día, me detuve a examinarlo de cerca. Algunas piezas habían desaparecido. Al principio, eran piezas de los laterales, insignificantes. No quitaban, al parecer, sentido a la imagen del puzle. A simple vista, solo hacían el cielo del mundo que reflejaban más pequeño o lo llenaban de metafóricas nubes grises por el color de la mesa en la que estaba apoyado el lienzo de cartón.

Poco a poco, y aunque se intentaba que no fuera así, el puzle comenzó a perder piezas principales, haciendo que la imagen careciera de sentido, que se volviera incompleta. Después, desaparecieron las piezas claves. La imagen torno a abstracta. Yo sabía la imagen que había, pero no porque se viera realmente. Solo el recuerdo de lo que fue en su momento y que yo conocía de memoria, era lo que quedaba de verdad sobre aquella mesa gris.

Decidí entonces desmontar el puzle. Quitar cada pieza, separar las unas de las otras con cuidado para no romper aquello que tanto había costado montar y que tanta satisfacción había provocado. El puzle quedó reducido a piezas sueltas. Hoy, yace en una caja. Inerte. Sin historia que contar. Como aquella de la vida que mostró.